miércoles, 26 de septiembre de 2007

Dispersión

Antes de empezar, aclaro: desde mi más tierna infancia he tendido a la distracción. Específicamente, a la distracción auditiva. Me hablan mucho y pierdo el hilo de la charla o el monólogo. Mejor dicho, me disperso. Se ve que mi mente detecta algún tipo de overflow verbal y se va para otro lado. Me ha pasado en la escuela, en casa, me pasa en el trabajo y en la vida cotidiana. No sé si es un mecanismo de escape de algo, si tengo TDA1, o qué. Un psiquiatra a la derecha, por favor...

Hecha la aclaración, procedo a relatar el hecho que nos compete2.

Corría el año del Señor de 1987. Recién entraba al Poli (apodo cariñoso con el que conocemos al Instituto Politécnico Superior "Gral. San Martín", prestigiosa escuela técnica de Rosario, modestia aparte). Niño aplicado, me sentaba en el primer banco de la fila de la derecha3, para no perder detalle de la clase.

Ese día teníamos la segunda clase de Matemática4. La profesora, una de las mejores de la escuela y muy exigente también, procedió a explicar un tema importante. Creo que era simetría axial o rebatimientos, pero no me acuerdo. Tampoco viene al caso.

La profesora comenzó su disertación. Yo, muy atento al tema, comencé a escucharla. Pero sucedió lo inevitable. Un pensamiento ajeno comenzó a sobrevolar el aeropuerto de mi mente y encontró una buena pista de aterrizaje. Y ahí se quedó. Calculo que en total habré escuchado 5 de los 15 ó 20 minutos que duró la explicación. Eso sí, poniendo cara de "qué bien que entiendo esto". Al rato escuché una voz, como del más allá, diciendo "¿Entendieron, chicos?". Y yo, muy educado y sin salir del modo de bajo consumo en que estaba, respondí con un lacónico "Síii...". Fue entonces que la profesora se acercó a los bancos, caminó hacia el mío y, mirándome, pronunció aquellas palabras que jamás olvidaré:

"A ver... vos, pasá."
En ese momento todos los pensamientos ajenos abandonaron mi mente a velocidad supraluz y mi cerebro sólo pudo pensar en una cosa: "¿Cómo mierda zafo de esto?". Sólo atiné a decirle "Ehm... pero... yo... no entendí muy bien, eh...". Ella, muy pedagógica, me respondió "No hay problema, pasá y lo vamos viendo".

Claro: una cosa es no entender algo, y otra muy distinta es no tener la más puta idea de lo que se habló durante 15 minutos.

Enfrentando lo inevitable5, pasé al frente, agarré la tiza y protagonicé el mayor papelón de la historia de la matemática politecniana, dado que no tenía ni idea de por dónde empezar, ni por dónde seguir, ni por dónde terminar. Hasta el día de hoy estoy convencido de que la pobre mujer habrá pensado "¿¿¿Cómo carajo entró6 este pibe a esta escuela???".

Y así terminó... ehm... cómo es...

Oia. Me perdí.

--
1 Trastorno por Déficit de Atención.
2 O sin pete.
3 Supongo que la pared también me daba cierto tipo de "protección" contra mi timidez crónica.
4 Sí, sin "s" al final.
5 Aunque ahora que lo pienso, podría haber fingido un ataque de, no sé, hipo. O de disfonía. O de caspa.
6 En mi época el ingreso al Poli se hacía por orden de mérito mediante un examen. Los alumnos que obtuvieran los primeros 250 lugares entraban. <inmodestia>Yo entré en lugar 25.</inmodestia>

2 comentarios:

Araña Patagonica dijo...

Hola.. vengo a devolver tu visita y despues de haber leído este relato, me acordé las veces que me pasó esto (en el otrora prestigioso A-normal Nro. 1).
Las profesoras optaban por el: "ahhh.. cuando será el día que la alumna deje de volar.. quien sabe por donde andará.."..

Y aún hoy me pasa, eso es lo peor..

Un beso.

Capitán Primate dijo...

Sólo unos pocos elegidos... jejeje.

¡Gracias por pasar!